Ambos se miraban fijamente. Margaret n conseguía decir palabra alguna mientras Félix abrazaba su oso de peluche, perceptiblemente asustado.
—Y…yo soy tu tía —. Se atrevió a decir con gran esfuerzo.
El niño bajó la vista. Subió las piernas al asiento del coche y enterró el rostro entre las.todillas clavando sus uñas con fuerza en el oso carmelita.
— Está bien cariño. Yo siento lo mismo, pero te mantendré a salvó hasta que tu madre regrese.
La frase dejó un sabor amargo en su boca y Margaret arrancó el coche temiendo haber dado un paso que jamás podría deshacer y que tal vez acabara criando al hijo que la naturaleza le negó, en el ocaso de sus días.
— ¿ Estás bien? — Dolores lavaba los platos cuando Mara entro a la cocina. El asco se dibujaba en su cara .
— Me siento como una prostituta.
— ¿ Qué dices?
— Nada. Muchas gracias amiga. Gracias por todo —. La abrazó por la espalda, apretándola con fuerza. — Me voy—. Agregó al soltarla.
— ¿ Adónde vas ? — Dolores de giró con las manos l