— ¿ Cómo te llamas?
La prostituta movió la cabeza de lado a lado sacando de nuevo su cajetilla de largos y graciosos cigarrillos.
— A usted no le interesa mi nombre. — La miró de arriba a abajo. — Le interesa encontrarlo, ¿ o no? —. Preguntó sacando chispas de un viejo mechero para encender el cilindro de nicotina entre sus labios.
Margaret asintió entrelazando las manos sobre su regazo.
— Está en casa de un hombre muy peligroso. Lo he visto con él.
— ¿ Quién? ¡ Por favor dímelo!
La prostituta cerró la boca y se acomodó apoyando la espalda en el mueble.
Margaret comprendió. Se levantó, rebuscó en su bolso y lanzó a la mesilla de café entre ellas un fajo desordenado de billetes.
— Es todo lo que tengo.
La chica le regaló una mirada escéptica pero aún así se inclinó para contar los billetes.
— No le aconsejo que vaya tras ellos.
— Es mi sobrino. No puedo hacer otra cosa.
— Lucía bien, y nadie lo estaba forzando. No creo que comprenda la profundidad del pozo de mierda en e