Futura luna sólo en sus sueños, pensé amargamente. Una parte de mí deseó que Nathan la corriera, que la mandara lejos de aquí, mientras que la otra se lamentaba porque alguien más estaba ocupando mi lugar.
¿Por qué tenía que ser humana? ¿Por qué no podía ser como ellos?
Nathan sonrió, aunque a mí parecer fue una sonrisa falsa y la guío escaleras arriba. Justo a mitad de la escalera Rosie volteó a verme con una mueca de satisfacción, justo antes de señalar sus maletas.
Ella me creía alguien del servicio y Nate nunca la corrigió. Sí, ayudaba en la mansión lo más que podía, pero era mi manera de agradecer por todo lo habían hecho por mí, no mi trabajo. Sin embargo, me tragué mis palabras.
No podía creer que Nathan aceptara que viviera en la mansión, así como así. ¿Dónde quedaban los protocolos? Estaba segura de que existía una regla que prohibía que alguien se quedara en la mansión sin razón alguna.
Tomé las tres maletas, intentando subirlas por las escaleras. ¿Qué llevaba aquí? ¿Piedras?
Quince minutos después logré subirlas, mi espalda me dolía por el peso y mi corazón se rompía con cada segundo que pasaba.
Me guie a través de las voces, hasta encontrar la habitación en la que se encontraban. Esto tenía que ser una pesadilla, no era cierto. Apenas la soportaba viéndola pocas veces durante el día. ¿Vivir con ella? No, definitivamente no. Ahora no podría bajar la guardia ni un segundo. De seguro buscaba hacerme alguna maldad mientras dormía. ¿Qué sería? ¿Romper toda mi ropa? ¿Quemar mis pertenencias? ¿Arruinar mi colchón? ¿Qué?
—No vas a dormir conmigo, deja de insistir —escuché, mientras me acercaba.
—¡Soy tu mate! Tengo todo el derecho de dormir contigo —protestó.
—Prefiero dormir solo y esa es mi última palabra.
Mentiroso, pensé con los ojos llenos de lágrimas. Cada noche que había tormenta él solía dormir junto a mí, de hecho, era su padre quien lo obligaba a dormir en su cuarto. Incluso a veces se metía en mi cama cuando era niño sin excusa alguna, hasta que, por supuesto, ambos crecimos. Si el futuro alfa lo encontraba durmiendo en mi habitación... Bueno, el infierno podía parecer un buen lugar.
No era fácil criar a dos adolescentes bajo el mismo techo. El alfa podía ser muchas cosas, pero no era un mal padre. Me aceptó, aunque no debía hacerlo, siempre velando por nosotros, aunque no lo demostrara con facilidad.
¿El alfa aceptaría a Rosie en la mansión?
No iba a poder aguantar esto, la situación iba más allá de lo que había imaginado en un principio. Ella tenía una gran habitación, mientras que yo dormía en el ático. Ella tenía el respeto de la manada mientras que yo era más ignorada que un insecto. Ella tendría a Nate mientras que yo tenía que conformarme con ser sólo su amiga.
Dejé allí las maletas, en el pasillo y me fui a mi habitación. Lloré amargamente mientras la luz de la luna entraba por la ventana, burlándose de mí, de lo que nunca sería. Comencé a considerar mudarme. Podía irme con Maggie, estaba segura de que ella me recibiría en su hogar.
Sí, en la mañana recogería mis cosas, aquellas que me había comprado con mi propio dinero. Si Maggie no me aceptaba, pues buscaría algún hotel en la ciudad. Tenía un poco de dinero guardado, para emergencia. ¿Esto se podía considerar una emergencia?
Bueno, mi salud mental estaba en juego. Mientras que Nathan aceptara a Rosie en la mansión, yo no podría mantenerme en este lugar.
No supe en qué momento me quedé dormida, pero las pesadillas no me dejaron descansar. Y lo peor de todo, es que sabía que la pesadilla apenas empezaba.
—Arréstenla —escuché entre sueños, justo antes de sentir un par de manos tomarme de los brazos, despertándome de inmediato.
—¿Qué? —balbuceé observando a los guardias de la mansión. Intenté que me soltaran, pero sólo me apresaron con más fuerza—. ¡Eso duele! ¡Suéltame, Cane!
Conocía a todos los de la mansión, a los de la manada. No entendía que rayos estaba pasando. ¿Por qué me trataban como a una criminal? El sueño no me dejaba pensar con claridad, pero pude notar que aún no amanecía. Los guardias de la mansión se veían incomodos, tenían el ceño fruncido y una expresión tensa. No me querían ver a la cara, pero su agarre sobre mí era fuerte, sin llegar a lastimarme.
—Llévenla al calabozo —pronunció con una sonrisa Rosie, desde la puerta. Se veía tan orgullosa de lo que estaba haciendo, mientras mi sangre se helaba en mis venas.
¿Qué estaba pasando y dónde estaba Nate? Algo estaba ocurriendo, los guardias de la manada no obedecían a nadie, excepto al alfa y a Nathan. ¿Acaso le habían dado la autoridad para actuar como la luna de la manada? Eso no tenía ningún sentido.
—Sí, futura luna.
Fui llevada a rastras hasta el sótano de la mansión, mientras gritaba y gruñía. Solo logré hacerme daño a mí misma, por supuesto. Ellos eran los más fuertes de la manada, por eso eran los guardias encargados de la seguridad de la mansión.
—¡Cane, Klaus! ¿Qué es lo que está pasando?
—Es acusada de robarle una joya a la futura luna de la manada —respondió Cane escuetamente.
No parecía feliz, pero tampoco intentaba negarse. ¿Qué demonios ocurrió mientras dormía?
¿Yo? ¿Robarle algo a Rosie? Jamás lo haría. No había nada que Rosie tuviera que yo pudiera llegar a querer. Nada, excepto quizás el respeto de la manada.
—¿Robarle? —repetí con confusión—. Yo no he robado nada. Llama a Nathan.
—Lo siento, Eleanna, pero son órdenes. No podemos decirle a nadie dónde se encuentra.
El lugar estaba oscuro. Caí en el frío suelo, recibiendo una última mirada arrepentida de Cane y Klaus. Dejé que mi vista recorriera la celda en la que me habían colocado. El polvo me hizo toser varias veces. Apenas y se veía en la oscuridad un muro de piedra que servía de cama, sin sábanas, sin nada más. A un lado, un pequeño retrete que se veía asqueroso.
¿Nada de agua? ¿Comida? ¿Mantas?
Y el sótano estaba insonorizado, además de que no era posible percibir el olor de nadie que estuviera aquí. Rosie acababa de desaparecerme del mapa, colocándome justo donde nadie buscaría. Y los guardias no iban a ayudarme, eso era claro.
Me lanzaron sin compasión dentro de una de las celdas, cerrando con llave. Si nadie sabía que estaba aquí, entonces nadie me traería agua o comida. Moriría de hambre en una triste y solitaria celda sólo porque una perra caprichosa así lo había querido.
Supongo que en cierta forma me lo merecía, por no decirle nada a Nate, por no contarle la verdad. Aunque no me creyera, nada de esto estuviera pasando si no hubiese callado.
Mi única esperanza era que Nate notara mi ausencia y me buscara, pero jamás buscaría en la prisión.
Sobre todo, porque era una prisión que llevaba años abandonada.