De nuevo estaba en el bosque, sola en la oscuridad, corriendo por mi vida, sin poder defender a los que se quedaban atrás.
La primera vez me salvó mi hermano, a costa de su propia vida. ¿Quién pagaría el precio esta vez por salvarme?
No.
No era tiempo de huir.
Giré mis pies en dirección a la manada. No temía perderme, sabía exactamente por donde llegar. Mi daga quemó en mi manga, como un recordatorio de que no estaba sola.
Era un obsequio de mi madre. La daga jamás me cortaría, pero se encargaría de eliminar a mis enemigos en cuestión de segundos. Estaba hechizada para protegerme, para que jamás tuviera que manchar mis manos. Ahora que sabía de la presencia de la magia, noté que la daga era mucho más poderosa de lo que jamás creí.
Y yo que la utilizaba para cortar las frutas que conseguían mientras vagaba por los bosques.
Concéntrate.
Esta vez es mi turno de luchar. No dejaría que los vampiros se salieran con la suya. No podía permitirlo.
Entré al territorio de la manada, caminando co