—¿Qué mierda estabas pensando? —me reclamó Nate, justo cuando todos, bastante confundidos, se retiraban del lugar.
Los lobos seguían lanzándome miradas de curiosidad. Por supuesto, no era sencillo procesar el hecho de que la humana que no debía estar en la manada en primer lugar ahora fuera la responsable de un acuerdo con los vampiros. Incluso a mí me costaba entenderlo.
¿Cómo esa mentira que inventé para salvarnos el pellejo terminó siendo una realidad? No lo comprendía.
—En salvarlos a todos —respondí, encogiéndome de hombros.
—No —rugió—. Te pusiste en peligro, de nuevo. ¿Acaso perdiste la cabeza? Descubriste que eres una loba y eso es genial, conejita, pero no eres inmortal.
—Jamás he pensado que lo fuera.
—Pues eso no es lo que demuestras.
Estaba tan serio como nunca en su vida. No me gustaba que me reprochara, sobre todo porque gracias a mí el conflicto se había resuelto sin bajas. Nadie había muerto gracias a mí y esperaba al menos un poco de reconocimiento, no gritos y reclam