No volteé a verlo, tan concentrada como estaba en Rosie.
Se deshizo del cristal en mi mano de un simple movimiento. No había notado que el cristal había estado cortando mi piel, pero tampoco me importaba demasiado.
Sentí sus brazos alrededor de mi cintura, levantándome en contra de mi voluntad. Rosie se mantuvo en el suelo, intentando lucir como una víctima inocente. No luché contra él, pues con lo furiosa que estaba, lo mínimo que haría sería cortar su cuello. La perra merecía pagar con sangre por cada una de mis lágrimas.
—¿Qué rayos hiciste? ¿Cómo hiciste todo esto? —preguntó, impresionado. No molesto, solo impactado.
Lo entendía.
Sí, ahora que el calor de la pelea había pasado, yo también me preguntaba cómo había logrado todo aquello. No se suponía que una humana pudiera ganarle en una pelea a una mujer lobo, sobre todo, si esta era la hija del beta de la manada, la mujer más fuerte a nuestro alrededor.
—¡Bebé! —lloriqueó desde el piso, haciéndome gruñir al escucharla. Espera un mo