Capítulo 12

Despierta.

¿Quién habla?

¡Despierta, Eleanna!

No pude hacer nada más que obedecer a aquella insistente voz en mi cabeza. Abrí los ojos repentinamente, sintiendo un dolor de cabeza que me dejó desorientada por unos momentos. Volví a cerrarlos a causa de la luz, siseando por lo bajo. ¿Por qué todo el cuerpo me dolía?

Alguien estaba abrazándome. ¿Quién era? ¿Por qué me abrazaba con tanta fuerza y desesperación? ¿Estaba llorando? ¿Por qué alguien lloraría con tanto ahínco sobre mí?

Algo estaba pasando.

Espabila, niña.

Escuché de nuevo aquella voz, aunque no tenía idea de donde provenía. Parpadeé un par de veces, antes de asimilar lo que estaba pasando.

—¿Nathan? ¿Qué pasa? —pregunté con preocupación.

¿Cómo sabía que era él? Bastante fácil, reconocería su presencia en cualquier lugar, en cualquier momento. Era inevitable para mí reconocerlo, todo mi cuerpo reaccionaba solo al sentir su presencia.

Él se quedó quieto, aún con sus brazos alrededor de mi cuerpo. Parecía impactado, como si no esperara que yo hablara. ¿Qué le estaba ocurriendo?

—¿Nate? —insistí.

—Estás viva —susurró, mientras las lágrimas seguían bajando por su rostro, el cual estaba enterrado en mi pecho. Sentía la humedad en mi ropa, como si hubiera estado ahí, llorando por largo rato.

¿Viva? ¿Había dicho viva? ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Las dudas y la preocupación me embargaron, no sabía que pasaba y no me sentía cómoda ante la situación. Noté que gran parte de la manada se había reunido en la puerta del ático, alias mi habitación, sin atreverse a ingresar, pero sin marcharse.

Incluso el alfa estaba ahí. Se veía tenso, con una seriedad que yo nunca había visto. Tenía tomado al doctor de la manada por la ropa, amenazante. Incluso pude ver que sus garras y colmillos habían aumentado de tamaño. El alfa me devolvió la mirada, mostrándose repentinamente aliviado.

Fruncí el ceño, confundida.

—Claro que estoy viva, lobo tonto.

Me sacó el aire por la manera en que me abrazó, con tanta fuerza y desesperación. No me quejé, estar entre sus brazos era lo mejor del mundo, quería quedarme allí para siempre.

Concéntrate, Eleanna.

De nuevo esa extraña voz. Miré a mi alrededor, buscando señales de que alguien más había escuchado algo. Nada, todos se veían desconcertados, aliviados e incluso uno que otro se veía frustrado. Iba a preguntar cuando Nate me distrajo al apretarme con más fuerza contra él.

—¡Estás viva! —exclamó eufórico.

—¿Se supone que debería estar muerta? —pregunté con confusión, ladeando la cabeza hacia un lado.

—La haré pagar —prometió.

—¿A quién? —tomé su rostro entre mis manos, haciéndolo verme a la cara—. ¿Qué es lo que sucede, Nate?

El alfa comenzó a retirarse, llevando consigo al doctor y a los integrantes de la manada. Me dedicó una seria mirada antes de abandonar mi habitación, como si quisiera asegurarse, aunque fuera a la distancia, de que estaba bien, que no había nada malo conmigo.

¿Había algo malo conmigo? Seguramente algo sucedió, algo que hizo angustiar al alfa. Tendría que pedirle disculpas por angustiarlo. Siempre evitaba distraerlo de sus responsabilidades como alfa.

—Te encerró en el calabozo abandonado. ¿No lo recuerdas? —negué con la cabeza, sin entender nada—. Rosie mandó a encerrarte, estuviste tres días lejos de mí. ¿Cómo es que estás viva?

¿Qué Rosie hizo qué? Sentí una furia envolverme, mientras aquella voz misteriosa susurraba cosas en mi mente que avivaban mi enojo. Una cosa eran pequeñas travesuras infantiles. ¿Pero atentar contra mi vida? Eso ya era demasiado.

Hice un esfuerzo por ocultar como me sentía. No quería que Nathan me viera tan enfadada, sobre todo, porque planeaba hacerle una visita a Rosie.

—No lo sé —respondí con honestidad—. Muero de hambre, Nate.

Y al parecer no exageraba.

Él me miró por un segundo antes de sonreír. De seguro estaba pidiendo comida para mí a través de la conexión mental que tenía con toda la manada.

Lo envidié en ese instante.

Bastaba con que él pensara en una orden para todo el mundo corriera para cumplirla, sin titubear. Ni siquiera necesitaba moverse o hablar.

El plan de mencionar comida no funcionó, así que tuve que inventarme un nuevo plan para apartarlo de mi lado por unos minutos.

—Necesito una ducha —refunfuñé, enfadada.

Apestaba, además, los hombres lobos tenían un olfato desarrollado, lo que hacía la situación mucho más vergonzosa. Sí, era una excusa para que Nathan se marchara, sin embargo, no quitaba la verdad en mis palabras.

—Te prepararé un baño —ofreció con una gran sonrisa, saliendo del ático para bajar hasta el baño.

—Lobo tonto —sonreí, aunque nadie estuviera viéndome.

Sintiéndome extrañamente fuerte, me levanté de la cama de un salto. Alguien estaba esperando una de mis visitas especiales y aquella voz en mi cabeza parecía estar de acuerdo conmigo.

Bajé las escaleras a una velocidad anormal. ¿Siempre pude moverme tan rápido? No había notado que tenía tanta agilidad hasta el momento, pero estaba enfocada en mi objetivo.

Supuse que tendría que sentirme débil, pero por alguna razón desconocida, me sentía más fuerte que nunca en mi vida. Sentía como si alguien más dictara mis movimientos, haciéndome más rápida, más fuerte.

Abrí la puerta de la habitación de Rosie en un rápido movimiento, pero no medí mi fuerza y terminé con el pomo de la puerta en la mano. No le di una segunda mirada al verla allí, tan tranquila mientras pintaba sus uñas, como si no me hubiera encerrado durante días en un calabozo.

Gritó con fuerza cuando me vio, quizás por la impresión, quizás para alertar a la manada de que iba a atacarla, no lo sabía y no me importó. No pudo hacer nada cuando me abalancé sobre ella. Intentó defenderse, luchar, pero no podía contra mí. Le arranqué algunos mechones de cabello mientras ella intentaba arañarme. En un ágil movimiento la llevé al suelo, mis piernas a cada uno de sus lados, imposibilitando sus movimientos.

No era una experta en combarte cuerpo a cuerpo, pero había visto a Nathan entrenar miles de veces. La tenía acorralada, por más que intentara librarse de mí, su fuerza parecía insuficiente. Sus garras crecieron a una velocidad extraordinaria, al igual que sus colmillos.

Si se transformaba en lobo, estaba perdida.

—¡Suéltame! ¿Perdiste la cabeza? —gritó con desesperación, luchando contra mí, para deshacerse de mi apretado agarre.

—¿Soltarte? ¿Así como tú lo hiciste cuando me encerraste en el sótano a mi suerte? —pregunté con sarcasmo.

Consiguió darme un zarpazo, justo a la altura de mis costillas, sus garras aparecieron, estaba por convertirse en una loba, pero no se lo permitiría. Le di un puñetazo en la nariz mientras rodábamos por todo el piso de su habitación. Hice que su cabeza chocara contra su mesita de noche, provocando que una lámpara cayera y se rompiera justo al lado de su cara.

Tomé uno de los cristales una vez que logré inmovilizarla. Lo coloqué en su cuello mientras respiraba aceleradamente, viendo los resultados de mi primera pelea con una mujer lobo.

Tenía mechones de cabello sueltos por doquier, su nariz sangraba y de alguna forma había terminado por arañarla por todas partes. No se movió, sabía que al primer movimiento de su parte el cristal cortaría su cuello.

Yo no titubeaba.

De hecho, no me sentía yo misma en estos momentos, pero tampoco hice nada por recuperar el control.

Se lo merecía.

No, merece estar mucho peor.

—¿Elle? ¿Qué narices está pasando aquí? —escuché la voz de Nate.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP