Capítulo 11

—No sé de qué hablas —evadió mi mirada.

La estampé contra la pared, sin importarme mi rudeza. Era una mujer lobo, no estaba haciéndole daño, sólo era una advertencia de que hablaba en serio. Muy en serio.

Mis garras crecieron un poco, mi lobo intentó tomar el control de mi cuerpo. Era hora de utilizar el tono alfa, aquel con el que conseguía la obediencia de cualquiera de mi manada.

—¿Dónde está Eleanna? —pronuncié lentamente. Ella me miró con lágrimas en sus ojos, segundos antes de que me contara la verdad.

Nadie era capaz de negarse a una orden del alfa, ni siquiera Rosie, a pesar de ser la mujer lobo más fuerte de toda la manada.

La dejé en su habitación, soltándola bruscamente. No le perdonaría lo que hizo, sin embargo, no era el momento de estar pensando en castigos, no. Solo necesitaba llegar hasta ella.

Bajé los escalones sin cuidado, dirigiéndome hacia el sótano, hacia aquella prisión abandonada, sintiendo mi corazón latir desenfrenado en mi pecho. Si Rosie estaba mintiendo, me encargaría de hacérselo pagar.

Vi su pequeño cuerpo acurrucado en una de las esquinas de una celda. Me acerqué a gran velocidad, rompiendo la cadena sin importarme el ardor de la plata. Un lobo común jamás podría romperlo, sin embargo, yo era un alfa, uno muy enfadado. Abrí la reja y rápidamente llegué hasta ella. Estaba pálida y apenas parecía respirar. Su aspecto era demacrado, sus labios y manos estaban repletas de sangre seca, posiblemente por tratar de escapar.

La tomé en mis brazos mientras mentalmente llamaba al médico de la manada. Era una suerte que tuviéramos tanta velocidad y poderes, puesto que en pocos segundos estuvimos en el ático, mientras que el doctor revisaba su pulso.

El doctor de la manada también vivía en la mansión, siempre tenía que estar disponible, en caso de que su alfa lo necesitara. Y yo lo necesitaba, con urgencia.

Miré, sintiendo como mi corazón se rompía en mil pedazos, como él la revisaba. ¿Qué estaba mal? Podía ver que seguía respirando, muy débilmente, pero ahí estaba.

—Ella... La señorita Eleanna no está bien, futuro alfa —negó, luego de unos minutos—. Es probable que no sobreviva, Nate.

—¡No! ¡Revísela de nuevo! —grité, sin notar que usaba el tono alfa.

El lobo asintió, revisando una y otra vez, siendo la respuesta la misma. Lo obligué a hacerlo mil veces, pero a cada segundo mi corazón se partía en mil pedazos.

Me agobié al percibir que su respiración se hacía cada vez más pausada, como su corazón lentamente parecía dejar de latir. Un dolor inexplicable me recorrió entero. Varios lobos sintieron mi agitación, incluyendo a mi padre.

—¿Qué demonios sucedió? —preguntó.

Jamás, en toda mi vida, había visto a mi padre tan enfadado. Nadie supo responder, pues nadie sabía que estaba ocurriendo. El alfa comenzó a interrogar al doctor, mientras yo me acercaba a ella, tomando su fría mano.

Recordé todos los momentos que vivimos. Había llegado de la escuela cuando escuché de la intrusa. Fui hasta donde mi papá se encontraba, pero jamás me esperé quedarme tan asombrado ante la imagen de una niña, un poco sucia y despeinada, pero con una mirada suave.

Una mirada que nunca más me daría.

Sentí como mi corazón se rompía mientras lloraba sin parar.

—¡No! —gruñí, abrazando su frío e inerte cuerpo—. No puedes irte, Elle. ¿Quién va a cocinarme galletas y luego regañarme por comerlas todas? ¿Quién va a cuidarme cuando me enferme? ¿Quién va a amarme como sólo tú lo haces?

No había respuesta, por lo que la estreché con más fuerza contra mí.

—Lo siento tanto, Elle. Te fallé, lo siento —mis lágrimas caían sobre su rostro, mojándolo—. No puedo perderte.

Sentí mi lobo intentar adueñarse de mi cuerpo, mientras gruñía y aullaba del dolor. ¿Así era como se sentía perder a tu compañera de vida? Porque si no, entonces era muy parecido.

Besé sus fríos labios, despidiéndome mientras todo en mi cuerpo se revolucionaba. Mientras me sentía agonizar junto a ella. 

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