Mientras tanto, en el interior de la propiedad de Leonardo el caos y la preocupación se había apoderado de ellos, Elena estaba sentada en el sofá bebiendo una taza de aromática para calmar los nervios.
Mientras que Leonardo trataba de averiguar sobre el paradero de su hija, estaba hecho un demonio con aquel maldito carácter que quería destruir todo cuando las cosas no salían bien.
—Santino, Santino, Santino... —Gritó Leonardo parado en medio de la sala, pero su hijo no aparecía.
—¿Qué sucede?, ¿por qué gritas de esa manera, acaso no te das cuenta del mal estado en el que me encuentro? —reclamó Elena.
—Ese muchacho me tendrá que escuchar —Gruño.
Luego de unos cuantos minutos más tarde, Santino hizo presencia en la sala, se paró firme frente a su padre, con la frente en alto como Leonardo le había enseñado.
—¿Dónde demonios estabas, acaso no escuchas que te estoy llamando? —habló entre gruñidos.
—Lo siento padre, no te escuché, vine tan pronto me avisaron —respondió Santino con un to