Capítulo 5 - Conexión inmediata

Cuando Adriano y Gianina llegaron al restaurante, este entró primero y, caballerosamente, le mantuvo la puerta abierta.

—Gracias —dijo Gianina con las cejas alzadas.

Acto seguido, ambos se encaminaron hacia el recepcionista.

El restaurante estaba a rebosar de comensales. Sin embargo, Adriano Messina tenía su propio apartado privado.

—Oh, señor Messina —lo saludó el recepcionista—. Viene en compañía. —Sonrió—. Puede pasar. ¿Quiere que lo acompañe?

—No te preocupes, conozco el camino.

A continuación, le dio una suave palmada al hombro del recepcionista y se encaminó hacia el fondo del restaurante.

Gianina lo siguió, sorprendida.

—Disculpa —dijo una vez que tomaron asientos—, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Ya la hiciste. —Rio—. Pero, anda, puedes preguntar lo que quieras.

—¿Quién eres? ¿Por qué tienes un trato tan preferencial en un restaurante de esta magnitud?

—Entiendo que muchos no conozcan mi identidad, pero me sorprende que una mujer con tan buen gusto para vestir no conozca mis diseños.

—¿Qué? —Gianina frunció el ceño.

—Soy el diseñador de moda de las estrellas de la alfombra roja.

—No bromees. No puede que seas A. Ssina.

—¿En serio? —preguntó con las cejas alzadas—. A. Ssina. Adriano Messina. Es mi nombre «artístico», por así decirlo.

—No, esto es imposible. Jamás te había visto. Conozco tu nombre, conozco tus diseños, pero…

—No me gusta mucho mostrar mi rostro en los medios. Lo he hecho muy pocas veces. Siento que de ese modo se centran más en mi trabajo que en mí —respondió.

—Por eso tampoco utilizas tu nombre de pila —relacionó Gianina.

—Exactamente. Veo que eres rápida e inteligente, además de hermosa. —Sonrió, mostrando su perfecta dentadura.

Gianina se sonrojó ante este halago.

Siempre se había percibido como una persona poco atractiva, por lo que, un hombre tan guapo como Adriano Messina le dijera aquello no hacía más que inflarle el pecho.

Aquellas palabras le levantaron la autoestima.

—Gracias por el halago —dijo por fin.

—No tienes que agradecer que te diga la verdad. —Volvió a sonreír—. ¿Qué deseas comer?

—Por mí, ravioli con boloñesa —respondió Gianina, agradeciendo el repentino cambio de tema.

Adriano alzó el brazo y un mozo se acercó automáticamente a ellos, demostrando el trato preferencial que tenían hacia el hombre.

El mozo les tomó el pedido y preguntó:

—¿Y qué desean tomar?

—Para mí un refresco —respondió Gianina.

—Para mí un Malbec cosecha 92 —agregó Adriano.

—Perfecto, en breve les traeré la comanda. Pediré en la cocina que se den prisa.

Gianina guardó silencio. No sabía qué más decir.

Al descubrir la verdadera identidad de Adriano se había comenzado a sentir cohibida y, en parte, se arrepentía del trato que le había dado al salir de la clínica.

—Y ahora, ¿cuéntame tú? ¿A qué te dedicas? —preguntó Adriano.

Gianina tragó saliva.

—La verdad es que, en este momento, tras el fallecimiento de mi esposo, a nada. Antes trabajaba en una pizzería y era escritora fantasma.

—¿Cómo es eso de escritora fantasma? —preguntó, verdaderamente intrigado.

—Pues, básicamente, alguien que no sabe escribir, o que no tiene el tiempo necesario, te paga para que tú lo hagas por él o por ella —respondió, resumiéndolo de una manera fácil.

—¿Y por qué te casaste con Antonio Rossi? —inquirió, cambiando rotundamente de pregunta.

—¿Quieres la verdad o la mentira? —preguntó.

—¿Cuál sería la mentira?

—Por amor.

Adriano rio.

—¿Y la verdad? —Alzó las cejas.

—Alquilé mi vientre, porque mis ingresos no eran suficientes. Mi hijo está por entrar a primer año de primaria, en septiembre, y la verdad es que no sabía cómo costear todo. Encontré un anuncio que Antonio había puesto en un sitio web, me reuní con él, nos caímos bien y pues… aquí me tienes de cinco meses —respondió y suspiró—. Aunque, sinceramente, después del tiempo que pasamos juntos me encariñé mucho con él. Antonio era un gran hombre.

—Qué historia más romántica. —Rio.

—Anda, no te burles de mí que apenas nos conocemos. No sabes cómo me pongo cuando me cabreo.

—No lo quiero imaginar y mucho menos con el cambio hormonal del embarazo. —Hizo una mueca, simulando miedo y cambió de tema—: Por cierto, ¿cuántos niños tendremos?

«Tendremos», repitió Gianina en su mente. Aquello le parecía tan surrealista.

—Cuatro. Dos niñas y un niño. Me lo confirmaron la semana pasada —respondió.

—Por cierto, hablando del embarazo y la cara que pusiste cuando dije «tendremos», realmente, si quieres hacer una prueba de ADN, mañana mismo podemos hacerla y tener los resultados.

—¿Tanta influencia tienes? —preguntó Gianina, alzando una ceja, un tanto burlona.

—Más de la que me gustaría, sí —respondió con una mueca de incomodidad.

—¿No te gusta? —Alzó las cejas, sorprendida.

—Sí y no. Por un lado, tiene sus ventajas, pero, por el otro, siento que paso por encima de todos los demás y no me agrada mucho la idea —respondió y se encogió de hombros—. Pero volvamos al tema… ¿quieres que corroboremos que esos niños tienen mi ADN?

—¿Tengo que vivir sí o sí contigo?

—Sí, lamentablemente eso es algo que no pondré en discusión —contestó con firmeza.

—Pues, siendo así, prefiero que nos cercioremos de que en verdad son tus hijos. ¿Qué tal que la clínica en realidad se ha confundido también en esto? —propuso Gianina mientras ladeaba la cabeza.

—Tienes razón. Mejor no dejemos cabos sueltos —asintió Adriano.

—Por cierto, me caes bien. Te creía más engreído.

—¿Engreído? Si no me habías visto nunca. —Frunció el ceño.

—Te vi el día en el que me fui a realizar la inseminación artificial. No pude evitar fijarme en ti. Y, en ese momento, me pareciste bastante engreído.

—Ah, ¿sí? —Adriano ladeó la cabeza.

Gianina se sonrojó.

—¿Qué quieres que te diga? La verdad es que eres muy guapo, por eso me sorprendió que estuvieras en una clínica de inseminación artificial, pensé que eras gay.

—¡Por supuesto que no soy gay! —exclamó—. No tengo nada en contra de la homosexualidad, pero en mi caso no es así. Soy totalmente heterosexual —afirmó—. Por cierto, me alegra saber que te parezca guapo y que lo de engreído solo haya sido una mala primera impresión.

Aquella muchacha le parecía increíble, no solo era su tipo, tenía el estilo que le gustaba en apariencia, además era agradable, divertida y, sobre todo, honesta y eso le daba mil puntos extras. Y, además, si el análisis daba positivo, tendría cuatro hijos con ella.

No creía en el amor a primera vista, pero con ella había tenido una conexión casi inmediata.

Cuando la había visto por primera vez, unas horas antes, había sentido que la conocía de toda la vida. Era como si la conociera de antes.

Jamás había tenido esa conexión con nadie y le resultaba increíble.

Tiempo después llegó la cena y comenzaron a comer mientras intercambiaban información de sus vidas, de sus percepciones, de lo que esperaban de la vida y de lo que pensaban del mundo.

Adriano, realmente, no podía comprender cómo no había conocido a esa mujer antes.

No solo quería que fuera la madre de sus hijos, sino que tenía un interés mucho más profundo en ella.

Siempre había buscado el amor.

Había tenido muchas parejas, pero con ninguna había podido conectar de la misma manera en la que lo estaba haciendo con aquella mujer que acababa de conocer.

Cuando terminaron de cenar, ambos se levantaron de la mesa, Adriano dejó el pago en la libretita de cuero que le dejó el camarero, junto con la propina y ambos se encaminaron hacia la salida.

Una vez que llegaron a sus vehículos, Adriano se acercó a ella y le dio dos besos en las mejillas.

Gianina sintió un leve cosquilleo en el estómago, algo que no había sentido ni siquiera cuando había creído estar enamorada del padre de Francesco.

—¿Nos vemos mañana para la prueba de ADN? —preguntó Adriano, apartándose.

—¿A qué hora?

—¿Te parece bien a las nueve de la mañana? —inquirió.

—Me parece un buen horario —asintió Gianina.

—Anota mi número —le dijo—. De esa manera me podrás mandar la ubicación de tu mansión y pasaré a recogerte, para que vayamos juntos.

—¿No es mejor que me des la dirección? —sugirió Gianina.

—Anda, no te resistas. No pasará nada, solo te pasaré a buscar, iremos a la clínica y ya —le aseguró.

Gianina sacó su teléfono móvil y dijo:

—Bien, díctamelo.

Conforme Adriano le indicaba los números, Gianina los anotabas y, sin ser demasiado consciente, lo agendó como Adri.

—Pues, entonces, nos vemos mañana —dijo, tras guardar el número en sus contactos.

—Hasta mañana. —Sonrió.

Gianina le devolvió el gesto, se montó en su coche y puso en marcha el motor.

—Arrivederci.

—Addio, Gianina —correspondió Adriano sin borrar su sonrisa.

Aquella mujer le gustaba, y mucho.

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