El día sin sombras
La brisa marina acariciaba la costa de Donegal, Irlanda, arrastrando consigo el olor salado del Atlántico y el canto lejano de gaviotas que se perdían en el cielo despejado. Una casa de piedra, antigua pero restaurada con esmero, se alzaba sobre los acantilados como un refugio fuera del tiempo. Allí, en un jardín bañado por el sol de la tarde, se celebraba una escena de quieta alegría.
Los rayos dorados del sol acariciaban las flores blancas que colgaban de un arco decorado por pequeñas manos entusiastas. Liam, Noah y Alex habían elegido las rosas como símbolo de libertad —una decisión espontánea que Sophie no pudo evitar abrazar con lágrimas en los ojos.
Sophie, con un vestido sencillo de lino blanco que se movía con la brisa, caminaba descalza sobre el césped. Sus pasos eran lentos, casi reverenciales, como si cada uno marcara el cierre de un ciclo. Al llegar frente a Logan, que la esperaba con un traje gris claro y una sonrisa apenas contenida por la emoción, su