Capítulo treinta y cinco. No eres frágil.
La tarde caía lentamente sobre la villa, pintando el cielo con tonos de ámbar y púrpura. Desde la terraza, Ariadna contemplaba el horizonte, intentando encontrar paz en el vaivén del mar. Cada ola parecía recordarle que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
Andreas se acercó en silencio, llevando consigo una carpeta de documentos que dejó sobre la mesa. Se inclinó hacia ella y le rozó suavemente el hombro.
—Necesitamos hablar de lo que viene.
Ella asintió, aunque su mirada seguía perdida en el océano.
—Lo sé. Pero ahora todo parece más… frágil.
Él se inclinó frente a ella, obligándola a mirarlo.
—No eres frágil, Ariadna. No ahora. Lo que llevas dentro de ti es nuestra mayor fortaleza. Pero el mundo no lo entendería, no todavía.
Sus palabras la envolvieron en un calor extraño. Había una determinación feroz en sus ojos, pero también una ternura que le arrancaba el aire.
—Entonces… ¿lo mantendremos en secreto? —preguntó ella, con voz te