Capítulo treinta y cuatro. La verdad en silencio
El amanecer llegó envuelto en un aire pesado de incertidumbre. En la villa, el silencio parecía tener un peso distinto, como si cada pared contuviera una respiración contenida. Ariadna despertó antes que Andreas, sintiendo el vacío en su estómago, el sabor metálico en la boca y ese extraño cansancio que ya no podía ignorar.
Se levantó sin hacer ruido y fue hasta el baño. Llevaba en la mano la pequeña caja que Anita había comprado la noche anterior, bajo petición de Andreas. La miró durante un largo rato, con el corazón latiendo tan fuerte que parecía romperle el pecho.
Cuando por fin se decidió, las lágrimas le nublaron la vista. El reloj del baño marcó los minutos más largos de su vida. Y entonces, la respuesta apareció.
Sus rodillas temblaron. Se apoyó en el borde del lavabo, cerrando los ojos, sintiendo cómo todo su mundo cambiaba en un instante.
—Ariadna… —la voz grave de Andreas la sobresaltó. Él estaba en la puerta, descalzo, con