Capítulo treinta y tres. Sombras y sospechas
El eco de la rueda de prensa todavía retumbaba en los periódicos de la mañana siguiente. La foto de Ariadna, con voz firme y ojos brillantes, había dado la vuelta a Grecia. Algunos medios hablaban de “la joven injustamente acusada” que había conseguido revelar pruebas que desmontaban la versión de Leonidas; otros, en cambio, insistían en cuestionar su credibilidad.
Andreas sabía que ese era solo el comienzo: la evidencia había abierto un camino, pero la batalla legal y mediática apenas arrancaba.
Por eso, aquella tarde convocó a un selecto grupo de inversores y aliados estratégicos en uno de los salones privados de un hotel de lujo en el centro de Atenas. La idea era clara: demostrar que el escándalo no afectaría al imperio Konstantinos, y que la confianza debía mantenerse intacta.
Ariadna aceptó acompañarlo, aunque la fatiga seguía pesándole. Eligió un vestido sobrio de seda azul, sencillo pero elegante, que Andreas no dejó de mirar con or