Y eso sería suficiente para que Alexander la destruyera.
Ella sabía que, para él, una contradicción era un pecado imperdonable.
Y si caía ella… Mindy también sería arrastrada al fuego cruzado.
De pronto, Alexander la soltó y se dio la vuelta para irse.
Maya entró en pánico.
—¡Roberto y yo sí nos vimos! —soltó de golpe—. ¡Pero solo porque quería preguntarle algo! ¡Algo sobre ti!
Alexander se detuvo.
Se volvió lentamente. Sus ojos negros eran pura amenaza.
—¿Qué le preguntaste?—
Maya bajó la cabeza.
—Cuántas… mujeres tienes ahí fuera… —susurró.
Sus ojos se alzaron hacia los de Alexander, afilados como cuchillas. Era una mirada que podría haberla atravesado.
—Quería saberlo —continuó Maya con voz temblorosa— porque pensé que tal vez podría usar a esas mujeres para distraerte… para escapar de ti.
—¿Eso es todo?— dijo Alexander, pero su expresión no dejaba adivinar nada.
—Él pensó que yo… quería competir por ti con todas esas mujeres. Me dijo que nunca estarías interesado en mí —Maya tragó