—Tal vez deberías llamar a Serena y preguntarle cómo se gana el corazón de un hombre —continuó Alexander, con veneno en la voz—. O cómo hacerlo feliz en la cama.
Maya se puso roja en un instante.
—¡Alexander, no vayas demasiado lejos! ¡No soy tu juguete!
Alexander soltó una carcajada seca, mirándola con frialdad.
—¿Es así como ruegas con sinceridad? ¿Mm?
¿Sinceridad?
Maya pensó que había sido más que sincera.
¿Qué más quería de ella?
Alexander se levantó y caminó hacia ella. Su sombra la envolvió. La presión era tan intensa que a Maya le costaba incluso respirar.
Le tomó la barbilla con fuerza. Sus dedos ásperos rozaron su piel delicada. Era una caricia estrecha, peligrosa.
—Tienes razón —murmuró él—. Eres mi juguete. En la cama, en el piso, en el sofá, en el baño, en el pasillo… donde quiera y cuando quiera.
Maya apretó los dientes. Estaba tan débil que su cuerpo temblaba.
¿Cómo podía decir cosas así?
¡Estaba loco!
Hace tres años había parecido un hombre normal.
¿Dónde había escondid