—Señor Brook… —murmuré, sin saber qué otra cosa decir—. ¿Se casaría conmigo si me toca?
Él entrecerró los ojos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, con una calma engañosa que me heló por dentro.
Sonreí nerviosa, intentando sonar ingeniosa, aunque la voz me temblaba.
—Si se casa conmigo, puede tocarme. Pero… ¿lo haría?
Sus dedos apretaron un poco más mi barbilla.
—¿Es eso lo que realmente quieres?
—Bueno… —respondí con una risa forzada—, no creo que nadie desprecie ser la señora Brook. ¿Quién no soñaría con una historia de Cenicienta?
Era una broma, claro.
Una forma de distraerlo, de hacer que me soltara.
Pero mis palabras quedaron flotando entre nosotros, y su mirada se volvió más difícil de leer.
¿Pensaba que de verdad lo decía en serio?
Su ceño se suavizó apenas, pero su tono siguió siendo helado cuando dijo:
—Sal.
Me quedé inmóvil, sin entender.
—¿No me quiere? —pregunté con una mezcla de sarcasmo y amargura—. No estaba tan mal hace tres años, ¿verdad?
—No me hagas repetirme —replicó,