Hizo una breve pausa antes de continuar:
—Incluso sospechó que había ido a buscar a Roberto otra vez y me dijo que renunciara. Pero sé que no puedo hacerlo, así que nunca lo consideré. Ahora que estoy bien, ¿cuándo puedo irme a casa? ¿Quieres que la señora Fine se preocupe por mí todo el tiempo?
—Ven aquí —ordenó Alexander.
Se apoyó en el reposabrazos del sofá y la miró con una expresión sombría. Su voz era baja, ronca y cargada de autoridad.
Maya lo observó con cautela.
—¿Para qué?
—¿Estás siendo desobediente?
Maya apretó los dientes. La ira reprimida brilló en su mirada.
Todo lo que hacía era amenazarla.
Se armó de valor, dio un paso al frente y se detuvo a cierta distancia.
Pero Alexander perdió la paciencia. La sujetó de repente.
—¡Ah…!
Maya chocó contra su pecho firme. El sobresalto la hizo intentar retroceder, pero un fuerte agarre en su cintura la inmovilizó por completo.
—¿Tú qué estás haciendo? —preguntó Maya, poniéndose nerviosa.
—¿Eres mi mujer y aún no te has dado cuenta?