Intenté ignorarlo, pero la llamada no cesaba.
El conductor me observaba por el retrovisor, incómodo, así que finalmente contesté.
—¿Quién es? —dije con frialdad.
—Sabes muy bien quién soy —respondió con ese tono arrogante que tanto detestaba—. Si no lo supieras, no habrías tardado tanto en contestar.
Rodé los ojos. —Qué gracioso. ¿Ahora también tengo que darte explicaciones por atender una llamada?
—¿Cómo conociste a Alexander? —preguntó de golpe.
—¿Por qué debería contártelo? —le devolví la pregunta.
—¿Estás tratando de vengarte de mí? —dijo con desconfianza.
Solté una carcajada amarga. —No te creas tan importante. No soy tan tonta.
—¿Él sabe que los hijos que tienes son míos?
—Ya te dije que no son tus hijos —dije irritada.
—Como tu exnovio, te aconsejo que te mantengas alejada de él —advirtió, con esa falsa autoridad suya.
—¿Y por qué? —pregunté con desdén.
—Porque él y yo compartimos los mismos genes —contestó con tono burlón—. Ninguno de los dos estamos interesados en mujeres com