Capítulo 11

El bullicio se desvaneció como si alguien hubiera silenciado el mundo entero.

Caminaba con esa presencia que nadie más tenía: una mano en el bolsillo, la otra mostrando un reloj negro brillante. Su porte era imponente, elegante, frío.

Dos guardaespaldas lo seguían de cerca.

Sentí cómo la sangre me abandonaba el cuerpo.

—¿Por qué está aquí…? —susurré, sin voz.

Roberto sonrió con malicia.

—Mi primo está aquí —dijo con una satisfacción cruel—. ¿Por qué no le preguntamos directamente?

Lo miré, incrédula. Sabía que lo hacía a propósito, que quería exponerme, humillarme.

Seguí su mirada, y nuestros ojos —los de Alexander y los míos— se encontraron.

Mi corazón dejó de latir.

—¿Ese es tu primo? —preguntó Sarah, completamente impresionada.

Nadie, excepto Roberto, parecía comprender la magnitud de lo que significaba que Alexander Brook estuviera ahí.

Su nombre era sinónimo de poder. Su sola presencia bastaba para helar a cualquiera.

Yo quería desaparecer.

No me atrevía ni a respirar.

Solo pensa
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