Ella sentía que su familia ya era lo suficientemente perfecta. No necesitaba a nadie más.
—Oh, cierto, Sra. Fine, ya es hora de pagarle. Déjeme transferirle el dinero —recordó Maya mientras tomaba su teléfono.
La Sra. Fine levantó la mano para detenerla.
—No me transfiera nada todavía.
—¿Por qué no? —preguntó Maya, confundida.
—No es fácil cuidar de tres niños, y yo no necesito más dinero. Con los gastos de manutención que me diste es suficiente.
—No se preocupe. Tengo dinero de sobra.
—¿De dónde salió ese dinero? ¿Te lo dio tu madre?
—No. Este es de la abuela. Al fin pude cobrar su herencia, y es bastante.
La Sra. Fine no podía entender cómo la abuela de Maya, viviendo en el pueblo, podía heredarle tanto dinero. Supuso que Maya decía eso solo para tranquilizarla.
Así que insistió:
—No estoy gastando mucho últimamente. Puedes pagarme cuando tu trabajo sea más estable. Además, no olvides que aún tienes que devolver esos veinte mil del coche de Tomas.
Maya casi lo había olvidado.
—Eso e