Raphael llamó a la puerta de una pequeña casa en un barrio residencial. Un hombre de cabellos color arena, de mediana estatura y ropa desaliñada le abrió la puerta. Al verlo, pareció reconocerlo, pues se echó encima la humeante taza de café.
—Se-señor Branagan, ¡Usted aquí! –exclamó mientras separaba de su piel la tela humedecida y caliente.
— ¿Lloyd Sanders?
—Ah… —el hombre miró hacia el interior de su casa –Sí, sí… soy yo… ¿a qué debo el honor de su visita?
— ¿Podría pasar? –Lloyd volvió a mirar al in