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Raphael conducía su auto con Heather a su lado. Ésta llevaba aún el vestido de anoche, y tenía pintada en el rostro una sonrisa imposible de disimular. De vez en cuando, él alcanzaba su mano y se la apretaba, sólo por tocarla.

Le hacía sentirse demasiado bien saber que esa sonrisa se la había puesto él en el rostro.

¡Dioses! Había perdido la cuenta de las veces que lo habían hecho la noche anterior, y esa mañana. Lo que sí sabía es que el apetito sexual de esta mujer se equiparaba al suyo propio, que habían dormido si acaso una hora seguida, y, que aún ahora, la seguía des

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