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Cuando a Phillip le dijeron que su esposa estaba fuera de sus oficinas y quería hablar con él, se extrañó. Le pidió a su secretaria que la hiciera pasar inmediatamente; Georgina nunca iba a su lugar de trabajo, y si estaba aquí, era porque sucedía algo grave o tan importante que no podía ser tratado por teléfono.

Sus sospechas se acentuaron cuando la vio entrar pálida y con mirada nerviosa. Casi corrió a ella para preguntarle qué pasaba. Georgina lo abrazó llorando.

— ¿Qué tienes, mujer? ¡Qué pasa! –preguntó él—. Dime algo, que me tienes con el corazón en un puño.

— ¡Lo siento tanto!

— ¿Qué sientes?

— ¡Es mi culpa!

— ¡¿Qué cosa?! –la separó

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