Las dos amigas fueron al laboratorio y luego salieron a desayunar. Increíblemente, Lizzy comió muy bien.
—¡Bravo! Creo que mi sobri se levantó con mucha hambre —rio Lucía.
Elizabeth la miró, incómoda. Aún le costaba asumir su maternidad.
—Todavía no sé qué hacer… ¡Tengo tanto miedo! Nunca imaginé que algo así pudiera dar tanto miedo.
Lucía cerró los ojos. Entendía que no sería un proceso fácil.
—¿Sigues pensando en esa locura de deshacerte de él? —preguntó seria—. Dime, Liz… ¿lo estás considerando?
Ella negó con la cabeza, tragando saliva.
—Va contra mis principios —susurró—. Tengo muchísimo miedo, pero no podría hacerle algo así a mi bebé.
Lucía tomó un sorbo de café. Se tranquilizó al escuchar esa respuesta.
—¿Vas a hablar con el padre? —preguntó con dureza, evitando nombrar a Federico.
—Lo haré —afirmó Elizabeth con decisión—. No puedo condenar a mi hijo a lo mismo que viví yo: sin padre y tildada de bastarda... —suspiró—. Aunque nos separemos, mi hijo va a tener a su padre.