Federico se despertó en medio del caos. La habitación parecía un escenario de posguerra: cada centímetro estaba destruido. Sus ojos, además de reflejar un despecho inusitado, mostraban claramente que había llorado.
Jamás había llorado por nadie, pero lo hizo por Elizabeth.
Se llevó las manos a la cabeza. Le dolía intensamente y sentía que todo su cuerpo temblaba. Se levantó tambaleante, fue al baño y se lavó la cara. Se miró al espejo.
—No... no pudo haberme hecho esto... —se decía en voz baja, entrecortado—. ¡Es un viejo para ella!
Entonces, sin poder contenerse más, la llamó.
Elizabeth estaba en ese momento realizándose sus análisis. Tenía el celular en silencio, así que no oyó la llamada.
Al no recibir respuesta, Federico enloqueció. Llamó directamente a Víctor. Al ver el nombre en la pantalla, el asistente empezó a rezar.
—Señor... —respondió con temor.
—¿Eres idiota o qué? —espetó Federico sin preámbulos—. ¿No te dije que me informaras de todo lo relacionado con mi esposa? ¡Res