Mientras tanto, Federico ignoraba por completo la conspiración que se tramaba en su contra.
Estaba de mal humor. Elizabeth había rechazado su llamada y apenas le había mandado un mensaje pidiéndole hablar por la noche.
—¡Oh, la señora se da el lujo de rechazar mi llamada! —masculló con furia—. ¡Sigue burlándose de mí!
Sus ojos azules eran fríos como témpanos. No había ni un atisbo de humanidad en ellos.
—Se pasea con ese viejo decrépito, con un vestido que muestra todo, y encima tiene la desfachatez de rechazarme... —Un aura oscura lo envolvía por completo—. Vas a conocer de lo que soy capaz, Elizabeth. ¡Te vas a arrepentir de haber estado con otro a mis espaldas!
Apretó los puños, sacudido por la rabia, los celos, el resentimiento. Desquiciado. Y, aun así, seguía viéndose peligrosamente atractivo. La barba prolijamente recortada, el cabello levemente enmarañado con ese pequeño hopo, y los ojos azules intensos formaban un contraste perturbador.
—Lo primero que haré será llevarla de vu