Federico marcó varias veces hasta que, finalmente, alguien atendió. Escuchó una vocecita dulce y chillona.
—¿Hola? —preguntó una niña, divertida.
El muchacho sacudió la cabeza, confundido. Miró la pantalla, pensando que quizá había llamado al número equivocado.
—¿Víctor? —dudó.
La niña soltó una risita alegre.
—¿Tengo la voz de mi papá? Soy Vicky. Y acá dice que usted es "el jefe"... ¿me dices tu nombre?
Federico, que había llamado con malhumor, sintió cómo aquella vocecita se le metía en el alma.
"Diablos, más mujeres que me ablandan...", pensó, poniendo los ojos en blanco.
—Soy Federico, el jefe de tu papá. ¿Podrías llamarlo?
La pequeña siguió riendo.
—Mi papá está preparando una chocolatada para mí. ¿A ti te gusta? ¡Así le digo que te haga una cuando vuelva a trabajar!
Federico sonrió, enternecido. No imaginaba que la hija de Víctor era tan vivaz. Ahora entendía mucho mejor las actitudes de su asistente durante los viajes largos.
Vicky corrió a buscar a su padre, alcanzándole el tel