—¡Por favor, Elizabeth, cálmate! ¡Dime qué sucede, por favor! —Federico apenas podía sostenerla—. ¿Qué hice?
Ella logró soltarse de su agarre y le mostró la captura que Lucía le había enviado.
Lloraba desconsoladamente; estaba tan decepcionada que su dolor era palpable.
Federico tomó el teléfono, miró la imagen, y sintió que la cabeza le latía con fuerza. Sus ojos se oscurecieron, llenos de ira.
—Me dijiste que me habías extrañado... ¡y estabas con otra mujer! Me mentiste, y yo, como una tonta, te creí —sollozaba, tapándose la cara con las manos—. ¿Por qué sigues jugando conmigo?
Él intentó tocarle el brazo para calmarla.
—¡No me toques! —gritó ella, furiosa—. ¡Me das asco!
El desprecio en sus ojos lo atravesó como una puñalada. Federico empezó a sentir una desesperación que no sabía cómo manejar.
—¡No es así! ¡No hice nada con ella! —le extendió su propio teléfono—. Toma, llama a Víctor y pregúntale qué estuve haciendo esos días. Él no te va a mentir. Y si necesitas más pruebas, ten