El día había sido ajetreado y apenas si había comido. Aun así, su instinto asesino para los negocios seguía allí, latente.
No quiso ocupar su mente en ella. Si lo hacía, caía en un pozo en el que no quería estar. No estaba en su naturaleza ser vencido, y menos por una mujer.
Sabía que podía estar con quien quisiera; incluso, si llamaba a Sofía, la tendría al instante. Y si no, tomaría un avión para estar con él.
Pero no quería a nadie más que a su pequeña y adorada Lizzy.
Fue a cenar a un restaurante con Víctor, y hablaron de todo lo que tendría que hacer en los próximos días.
—Mmm, bien —miró el plato, apenas había comido—. ¿Cuándo te vas a Houston?
El hombre tragó saliva; temía que le dijera algo sobre Elizabeth.
—Pasado mañana, si no necesita nada, señor.
—Está bien, vete mañana mismo si terminas.
Solo faltaban cuatro días para Navidad y él quería estar completamente solo, si podía.
—Bien, señor. Como usted quiera.
Eso le daba más tiempo para saber de Elizabeth.
—Víctor, ¿Qué pasó c