Lizzy y su padre charlaban de manera amena en la biblioteca. Aquel lugar se había convertido en un refugio para ambos. Mientras Federico trabajaba en su despacho, ellos leían y luego compartían sus puntos de vista, algo así como un club de lectura, pero de a dos.
—No me gusta el carácter de Anne Elliot —dijo Lizzy, haciendo una mueca—. ¡Expresar nuestros sentimientos nos libera! No sé si habría podido contener un amor tan grande por tantos años...
Su padre la observó detenidamente.
—A veces es la única manera que tenemos para protegernos... Mirá a tu madre. Ella lo hizo para cuidarnos a ti y a mí.
—¿Y a qué precio? —resopló la joven—. ¡Yo casi me vuelvo loca tratando de esconder mi amor por Federico! —Se tocó la frente con fastidio.
Adrián sonrió. Aunque físicamente era igual a su madre, el carácter de Lizzy se parecía mucho al suyo, era obstinada, sí, pero poseía una gran sensibilidad, el amor que sentía se podía percibir a simple vista.
—Pues espero que nunca permitas que alguien te