Narrador omnisciente
El silencio después del caos parecía irreal. Afuera, el bosque todavía olía a tierra húmeda y a humo, pero dentro de la cabaña solo quedaba el eco del viento colándose por las grietas. Lisa llevaba horas sin moverse de la ventana, observando la neblina espesa que cubría los árboles. No sabía exactamente qué había pasado, solo que todo se había calmado de golpe, como si la tormenta se hubiera cansado de rugir.
Cuando la puerta se abrió, el corazón se le detuvo por un segundo. Cristian entró con paso firme, el cabello revuelto, la camiseta rasgada en un hombro y una sombra oscura bajo los ojos. Aun así, su presencia llenó el lugar como siempre: fuerte, inquebrantable.
—¿Estás bien? —preguntó él, acercándose despacio.
Lisa asintió, aunque no estaba del todo segura de que fuera verdad.
—¿Qué fue todo eso? —susurró.
Cristian se apoyó contra el marco de la puerta y exhaló despacio, como si llevara horas conteniendo la respiración.
—Logramos disiparlos. Al menos por aho