Capítulo 20 Me gustas

Lisa

El beso comenzó como un fuego que me recorrió de la cabeza a los pies. Sus labios sobre los míos eran firmes, intensos, y mis manos se aferraban a su espalda mientras las suyas recorrían mi cintura, acercándome más a él. Cada roce, cada suspiro compartido, hacía que mi cuerpo respondiera sin que pudiera controlarlo. Sentía su respiración mezclarse con la mía, el ritmo acelerado de ambos chocando como dos corrientes imposibles de detener. Su sabor, su calor… era demasiado.

Por un instante, todo lo que estaba mal desapareció. No existía la universidad, ni las reglas, ni la cordura. Solo su boca sobre la mía, su piel quemando la distancia que aún quedaba entre nosotros.

—No… esto no está bien —susurré, apartándome apenas para mirarlo.

Su mirada me atrapó. Tenía los ojos cargados de algo que nunca antes había visto en él: deseo, pero también algo más profundo, algo que parecía dolerle.

—Pero se siente bien —dijo, con esa voz grave que me hacía temblar—.

Su tono me estremeció. No era una pregunta, era una confesión. Hizo una pausa, dejando que la tensión llenara el espacio entre nosotros. Mi pecho subía y bajaba rápido, y sentía cómo su mirada recorría mi rostro, mis labios, como si intentara memorizar cada parte de mí.

Luego continuó:

—Si el problema es mi trabajo, lo dejaré mañana mismo.

Mi corazón dio un vuelco. Balbuceé, nerviosa, incapaz de creer lo que acababa de escuchar.

—No… no quiero que renuncie.

Él sonrió apenas, y su mirada me atravesaba con intensidad. Era una sonrisa leve, pero peligrosa, de esas que te quitan el aire sin que te des cuenta. Se inclinó ligeramente, rozando mi frente con la suya. El calor de su cuerpo era incontrolable, y por un momento me sentí atrapada entre la razón y el deseo, entre lo correcto y lo inevitable.

—Entonces… ¿qué hacemos? —preguntó, acercándose—. Me encantas, Lisa. Tú y yo estamos destinados a estar juntos. Podría renunciar a ti… pero no quiero.

Su voz era un susurro que me rozó la piel. Sentí un temblor recorrerme entero.

—¿De qué habla? —pregunté, intentando mantener la compostura.

—Yo me entiendo. Pronto tú también lo harás —dijo, con media sonrisa—. Pero necesitamos aclarar esto ahora.

Sus palabras flotaron en el aire como una promesa. Su cercanía era insoportable. Podía sentir su respiración en mi cuello, y un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—Responde mi pregunta: después del beso… ¿te gustó? —insistió, con los ojos fijos en los míos.

Mi garganta se secó. El silencio era tan denso que podía escucharse el latido de mi corazón.

—Puede ser… —dije, nerviosa.

—Es todo lo que necesito —susurró, y volvió a besarme, más profundo, más intenso. Sus manos subían por mi espalda, rozando mis hombros, mi cuello, elevando el deseo de manera irresistible. La forma en que me tocaba no tenía prisa, pero tampoco duda. Era como si me conociera desde siempre, como si supiera exactamente dónde temblaba, dónde rendirme.

El calor que sentía era abrumador, y por un instante cerré los ojos, dejándome llevar. Pero pronto la cordura me obligó a apartarlo:

—No… yo… nunca… —balbuceé, interrumpiéndome, incapaz de continuar.

Él me miró con comprensión y suavidad, y dijo:

—Ah… entiendo.

Mi corazón dio un vuelco. Todo quedó claro sin palabras. Su tono cambió a uno más dulce:

—No te preocupes. Iremos despacio —susurró, acariciando mi brazo con cuidado.

Su toque era ligero, pero lo sentí en cada parte de mi cuerpo. Aun así, la cercanía seguía siendo electrizante. Cada roce, cada suspiro compartido, mantenía la tensión entre nosotros, mezclando deseo con cautela. Yo sentía cómo mi cuerpo reaccionaba a cada movimiento, pero también la necesidad de mantenerme firme, de no perderme por completo en él.

—No… yo… —volví a intentarlo, temblando, sin poder terminar la frase.

—Shh… —dijo, acariciando mi rostro—. Todo está bien. Solo respira.

Se inclinó y me dio un beso suave, lento, respetuoso, pero cargado de intensidad contenida. Sentí que cada fibra de mi ser respondía a él, y que a pesar de los límites, algo entre nosotros había cambiado para siempre.

El silencio que siguió fue pesado, lleno de emociones y deseo contenido. Respiré hondo, tratando de recomponerme, mientras él permanecía cerca, su mano aún rozando mi mejilla, su mirada fija en la mía.

Entonces, el celular de él sonó, rompiendo la tensión. Se tensó un instante, pero mantuvo la calma.

—Debo atender esto —dijo, separándose un poco de mí.

Antes de irse, se inclinó una última vez y me dio un beso largo, profundo, como si fuéramos pareja desde siempre.

Cuando se alejó, quedé sola en el refugio. Mi corazón latía desbocado, mis pensamientos estaban enredados y mi cuerpo aún temblaba. Sabía que le gustaba… eso era evidente. Pero yo… yo no sabía qué hacer con todo lo que sentía ni cómo enfrentar lo que acababa de pasar.

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