Lisa
El beso comenzó como un fuego que me recorrió de la cabeza a los pies. Sus labios sobre los míos eran firmes, intensos, y mis manos se aferraban a su espalda mientras las suyas recorrían mi cintura, acercándome más a él. Cada roce, cada suspiro compartido, hacía que mi cuerpo respondiera sin que pudiera controlarlo. Sentía su respiración mezclarse con la mía, el ritmo acelerado de ambos chocando como dos corrientes imposibles de detener. Su sabor, su calor… era demasiado.
Por un instante, todo lo que estaba mal desapareció. No existía la universidad, ni las reglas, ni la cordura. Solo su boca sobre la mía, su piel quemando la distancia que aún quedaba entre nosotros.
—No… esto no está bien —susurré, apartándome apenas para mirarlo.
Su mirada me atrapó. Tenía los ojos cargados de algo que nunca antes había visto en él: deseo, pero también algo más profundo, algo que parecía dolerle.
—Pero se siente bien —dijo, con esa voz grave que me hacía temblar—.
Su tono me estremeció. No era