Desperté con una paz que parecía ajena a mí. Durante meses, mi cuerpo y mi mente habían vivido en estado de alerta: esperando lo peor, deseando lo mejor, temblando por lo posible. Pero esta vez, el amanecer me envolvió sin ansiedad, sin sobresaltos. La conversación con Ethan la noche anterior me había dejado un sabor extraño, como si me hubiese soltado un peso sin darme cuenta.
Habíamos hablado sin gritar, sin acusaciones, sin máscaras. Él, como pocas veces, había sido transparente. Roto. Vulnerable. Aún así, no me permití confundirme. No debía hacerlo.
Me levanté despacio. Ya no podía hacerlo de golpe, el vientre pesaba y cada mañana me recordaba que estaba construyendo otra vida dentro de mí. Un bebé que no había pedido venir al mundo en medio del caos, pero que lo estaba haciendo fuerte, desde mi vientre hasta mi alma.
La casa estaba en silencio. El café aún no abría, así que tenía unas horas antes de salir. Fui a la cocina, preparé algo simple: tostadas y un vaso de leche tibia. M