A veces siento que mi cuerpo grita lo que yo no me atrevo a decir.

El mareo de cada mañana ya no se disfraza como antes. Los senos me duelen con un ardor constante y mis emociones van de un extremo a otro como una marea salvaje. Lloro sin razón. Me enojo sin provocación. Me río por nada. Y luego me hundo en una tristeza que no sé de dónde nace… o que sí sé, pero no quiero mirar de frente.

Ethan no sospecha. No todavía. Está demasiado perdido en sus propios demonios para notar que algo dentro de mí está cambiando. Para él, mis silencios son parte del paquete, como si ser apagada fuera ya una parte fija de mi personalidad.

No lo culpo. Se ha vuelto normal que me calle. Que me encoja. Que respire más bajo para no molestar, para no despertar la furia dormida en su pecho.

Hoy, por ejemplo, me vomité dos veces antes de que amaneciera. Una vez en el baño, la otra en el lavamanos de la cocina mientras trataba de preparar café. No comí nada en todo el día.