Tras esa obra de arte, los rivales ya no dudaron: comenzaron a marcar a Lautaro de a dos. Cada vez que recibía la pelota, dos camisetas azules de la escuela Manuel Belgrano se le venían encima. Lo querían borrar del partido.
El equipo San Martín, con uno menos y el marcador igualado, resistía. Pero los minutos se hacían eternos. En cada ataque rival, el corazón se detenía. Y fue entonces que Elías, el arquero, empezó a vestirse de héroe. Tapó un remate abajo, después uno cruzado, y en una jugada increíble salió a cortar un mano a mano con los pies, como si fuera un defensor más.
—¡Vamos, Elías! —gritó Gonza desde el fondo.
—¡Estás loco, hermano! —se reía Tiago, aunque apenas podía con el aire.
Cuando el árbitro pitó el final del partido, los dos equipos se abrazaron al césped. El tablero marcaba 1 a 1. Era hora de definir por penales.
Desde la casa, Gabriela se llevó las manos a la cara. Jenifer y Erica no paraban de moverse en el sillón.
—No puedo mirar —dijo Erica.
—¡No, mirá! ¡Esto