Miriam había escuchado llegar a los visitantes y el murmullo de voces a lo lejos. Permaneció en su habitación, conteniendo la respiración, esperando a que los pasos se alejaran antes de atreverse a abrir la puerta. Ella estaba consiente que Axel no dejaría que nadie le hiciera daño pero el miedo la mantuvo paralizada en la habitación hasta que el silencio volvió a adueñarse de la cabaña, salió con cautela.
Sus pasos silenciosos la llevaron hasta el umbral de la estancia principal, donde se detuvo. Allí estaba Axel, de espaldas a ella, con la atención puesta en quitarse las vendas de boxeo. Sus hombros anchos y su espalda musculosa se tensaban con cada movimiento. Las vendas, manchadas de sudor y esfuerzo, caían lentamente, revelando sus manos fuertes y nudillos marcados. Miriam se quedó allí, inmóvil, contemplándolo furtivamente. Admiraba la concentración en su rostro de perfil, la manera en que los músculos de sus brazos se dibujaban bajo la piel, la serenidad poderosa que parecía em