Vincent y Lana caminaban en un cómodo silencio, un manto de paz que envolvía sus nuevos lazos. Se detuvieron frente a una cabaña más rústica, desde donde se escuchaban los golpes sordos contra un saco de boxeo y el sonido de una respiración controlada. Ambos subieron al porche y, para entonces, Axel ya aguardaba en la puerta. Él olfateó el aire y una sonrisa amplia y genuina iluminó su rostro.
—¡Por fin! —exclamó Axel, con un tono que mezclaba el alivio y la alegría— Empezaba a pensar que me habíais olvidado. —Su mirada, sin embargo, no era de queja, sino de comprensión y una profunda aprobación al notar la marca sutil en el aire que ahora unía a Vincent y a Lana de manera indisoluble.
Vincent y Lana se sonrieron el uno al otro antes de que Lana le acercara una bolsa a Axel.
— Esto lo hice en el almuerzo —dijo Lana, con un dejo de culpa en la voz— Queríamos venir antes, pero… —Una sonrisa tímida y algo avergonzada se dibujó en sus labios— Al menos sirve para que no tengas que cocinar