Cómplices

La carcajada de Vania lo hizo reír también, pero no estaba seguro de su estado físico, así que se removió al sentir el leve peso de su hija saltando en la cama para que Vania se ocupara de lo demás.

Vio a sus dos rubias jugando a las cosquillas, mientras bajaba hasta su regazo.

Vania le dedicó una mirada reprobatoria a su miembro tenso, pero lo cubrió con su cuerpo como si nada, mientras la chiquilla se subía sobre ella y luchaba hasta llegar a sus hombros y gritaba de nuevo:

—¡Pirámide!

Tanto Vania como él la acompañaron en el grito, embelesados con el tesoro más preciado que compartían.

Alexander supo que no había nada mejor en la vida que eso. Esos pequeños instantes en que eran ellos tres, como si desde su concepción hubiese sido así.

Imaginarse a sí mismo pendiente de rutinas caseras y arreglárselas para mantenerlas a ambas de buen humor, lo hacían sentir que podría con ello y que no se aburriría jamás.

Suspiró satisfecho de tenerlas tan cerca y repitió en su mente el consejo qu
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