Blanco carmesí
Creyó que le sería imposible avanzar con seguridad hacia la primera curva de la alfombra, que atravesaba tres peldaños hasta llegar a la pérgola, con el arco rodeado de flores, donde ya la esperaba Alexander.

—Estás tiritando, niña —dijo Pablo yendo más despacio—. Si no quieres hacer esto, es el momento perfecto para ir en sentido contrario —añadió con una sonrisa tierna y con un gesto de curiosidad.

Vania negó y se apoyó en los ojos azules que la miraban con añoranza, ignorando todos los comentarios de admiración sobre lo bien que se verían juntos y la suerte que ella tenía al haberlo atrapado.

Sentir el calor de la mano de su suegro fue la certeza que necesitaba en ese momento.

Advirtió que las notas bajaban de intensidad y olvidó disfrutar aquel instante que no se repetiría nunca más, porque su mente aún no dejaba ir del todo el nombre que la persiguió durante tanto tiempo, aún en sus pesadillas.

¿De verdad había terminado?

Miró a Pablo diciéndole algo a Alexander que lo hizo
Mileth Pineda

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