Francesco cerró los párpados, aspiró profundamente la fragancia singular que desprendía Catalina y se dejó envolver por ella en un ambiente mágico. Acto seguido, se apartó de ella de forma abrupta.Su presencia lo hechizaba y subyugaba de una manera tan peculiar y extraordinaria que lo sorprendía. Tal vez era prematuro aventurarse a definir ese sentimiento como amor, una emoción tan profunda y compleja.No obstante, durante las semanas transcurridas desde su último encuentro, la imagen de Catalina había invadido cada rincón de su mente, ocupando todos sus pensamientos, lo que demostraba una conexión mucho más intensa de lo que hubiera podido anticipar inicialmente.Para Francesco, Catalina era una aparición celestial, un ángel enviado desde lo alto con la misión tácita de aliviar las cicatrices que aún perduraban en su alma.Eran las dolorosas secuelas de un afecto no correspondido, heridas profundas e invisibles que solo el amor unilateral puede infligir en el corazón.Él conocía de
—¡Es una exageración de precio! —exclamó la joven Catalina, sorprendida por el precio del vestido que Lucía acababa de proponerle.—Considerando que eres una de las diseñadoras mejor pagadas que conozco, ¿te quejas por el importe? —replicó Lucía con una ceja ligeramente arqueada, denotando cierta incredulidad ante la reacción de su nueva amiga.Lucía se enfrentaba a un dilema silencioso, anticipando la dificultad de explicar a Catalina el destino de una parte significativa del dinero que recibiría por su trabajo.Parte de ese dinero estaba destinado irrevocablemente a saldar la deuda que aún mantenía con Francesco.Ese compromiso financiero, aunque tácito, permanecía firmemente grabado en su memoria, y sentía una profunda gratitud por el hecho de que aquel secreto, un vínculo peculiar entre ella y Francesco, permaneciera oculto a los ojos curiosos del resto de la familia Vannucci.La idea de revelar esa transacción privada la inquietaba.A pesar de la humillante realidad de haber sido
A medida que el sol empezaba a ponerse y teñía el taller con tonos cálidos y dorados, aumentaba su concentración.Cada herramienta se movía con una precisión casi coreográfica, limpiando meticulosamente cada rincón de las delicadas piezas para eliminar cualquier resto de polvo y huella digital.El ambiente se había vuelto solemne, impregnado del respeto hacia el trabajo realizado y la fragilidad de los objetos que ahora reposaban, impecablemente colocados sobre la mesa.Con movimientos suaves y deliberados, como si se estuvieran despidiendo de viejos amigos, los colocaron en sus estuches individuales, forrados con materiales suaves que prometían protegerlos de cualquier eventualidad. El suave clic al cerrar cada caja resonaba en el silencio del taller, marcando la culminación de horas de esfuerzo y dedicación, un testimonio tangible de su pasión compartida.—Un sentimiento de celos me invade —articuló Lucía al concluir su labor.—¿Celos? ¿De qué exactamente? —inquirió Cata con curiosi
—Presiento, querido primo, que tu estrategia maquiavélica con Francesco Vannucci ha llegado a su fin y, en esta ocasión, me atrevo a afirmar que es irreversible —sentenció Aurora clavando una mirada gélida y severa en el rostro de su pariente. Su expresión adusta no dejaba lugar a dudas: la paciencia se había agotado.—Dudo mucho que Francesco considere a esa mujer algo más que un pasatiempo, una aventura efímera y carente de trascendencia. Él jamás podrá desterrar de sus pensamientos la imagen imborrable de Sofía —refunfuñó la mujer con un tono gutural, manteniendo su mirada fija con obstinación en la brillante publicación que Roger había arrojado con displicencia sobre la mesa de caoba. La fotografía impresa parecía irradiar una verdad que ella se resistía a aceptar.—Resulta verdaderamente lamentable que el objetivo de la cámara no haya conseguido plasmar con nitidez el semblante de esa joven desconocida. Esta incertidumbre me consume por dentro; una curiosidad insaciable me atorme
Era una verdadera fortuna que el objetivo de la cámara no hubiera logrado capturar su rostro con nitidez en las fotografías del aeropuerto.De haber ocurrido lo contrario, su tío la habría reconocido sin duda y le habría revelado su paradero actual.Y con esa información en su poder, Catalina albergaba la certeza sombría de que él urdiría alguna trama para desestabilizar su vida una vez más, sembrando el caos y la infelicidad en su existencia, tal como lo había hecho en el pasado.La posibilidad de que su tío volviera a entrometerse en sus decisiones y manipular su destino la angustiaba.—Discúlpame por todo este embrollo, Catalina. Comprendo que esta situación debe resultarte sumamente compleja e incómoda. Te prometo solemnemente que me aseguraré personalmente de que estés a resguardo de estos individuos carroñeros que solo buscan el escándalo. Mientras tanto, te sugiero que te tomes una ducha reconfortante. Aprovecharé este tiempo para prepararte algo ligero de comer. Después, iremo
En aquel instante, una calidez desconocida envolvió a la joven, como un abrazo invisible pero profundamente sentido que le permitió comprender la esencia de Francesco.Ahora entendía la bondad que emanaba de él y la nobleza que se reflejaba en cada uno de sus gestos y palabras. Era un reflejo de la maravillosa crianza que había recibido, el fruto del amor y la dedicación de unos padres excepcionales.Y luego estaba Lucía, la pequeña joya de la dinastía Vannucci, un torbellino de alegría y afecto que contagiaba a todos los que la rodeaban. Su presencia llenaba la casa de risas y travesuras, y su espíritu vivaz e inocente unía aún más los lazos familiares.En ese ambiente de cariño genuino y apoyo incondicional, la joven se sintió por primera vez verdaderamente arropada, como si hubiera encontrado un hogar en el corazón de esta extraordinaria familia.—¿Acaso eres tú la muchacha retratada en la fotografía? —inquirió la joven, cuya edad no superaba la de Catalina.—Me temo que sí —admiti
La tensión se apoderó de Francesco mientras sus dedos se cerraban con fuerza, formando un puño tan sólido como la determinación que lo había llevado hasta ese punto.No hacía falta ser muy inteligente para discernir la oscura intención que se cernía sobre su esperada participación en la exhibición de esa noche. La amarga realidad era que no podía señalar a nadie en particular, ya que esa sombra de sabotaje no era un evento aislado.En el turbio submundo de las gemas preciosas, había organizaciones enteras dedicadas al contrabando, acechando en las sombras, esperando su oportunidad para desestabilizar a los competidores y allanar su propio camino hacia la riqueza ilícita.La incertidumbre lo carcomía, sabiendo que la amenaza era palpable pero invisible, como un fantasma codicioso dispuesto a arrebatarle el fruto de su arduo trabajo.—Señor Francesco...La voz, cautelosa, interrumpió el torbellino de pensamientos que lo asediaban.Francesco, con la mandíbula tensa y la mirada centellean
Francesco frenó el coche con un chirrido de neumáticos justo al borde de la acera, impaciencia que se reflejaba en cada uno de sus movimientos al abrir la puerta y salir.Sus pies apenas tocaron el pavimento antes de que avanzara a grandes zancadas hacia la entrada, con la mirada fija en el umbral, como si el tiempo mismo se estuviera escurriendo entre sus dedos.Detrás de él, con el aliento entrecortado y una expresión de esfuerzo en el rostro, Vito lo seguía a duras penas, sus pasos resonando como un eco apresurado de los de Francesco.La urgencia en sus acciones era palpable, una atmósfera de apremio que los envolvía mientras se apresuraban, cada segundo contado en el tic-tac invisible de un reloj impaciente.Vito jadeó ligeramente, se detuvo un instante para recuperar el aliento y preguntó con curiosidad:—¿Qué sucedió?Francesco, que recuperaba la compostura gradualmente, respondió con un tono aliviado:—Todo ha llegado a su destino, Vito. La mercancía sustraída será recuperada p