Capítulo 31. Los labios de Catalina.
Francesco cerró los párpados, aspiró profundamente la fragancia singular que desprendía Catalina y se dejó envolver por ella en un ambiente mágico. Acto seguido, se apartó de ella de forma abrupta.
Su presencia lo hechizaba y subyugaba de una manera tan peculiar y extraordinaria que lo sorprendía. Tal vez era prematuro aventurarse a definir ese sentimiento como amor, una emoción tan profunda y compleja.
No obstante, durante las semanas transcurridas desde su último encuentro, la imagen de Catalina había invadido cada rincón de su mente, ocupando todos sus pensamientos, lo que demostraba una conexión mucho más intensa de lo que hubiera podido anticipar inicialmente.
Para Francesco, Catalina era una aparición celestial, un ángel enviado desde lo alto con la misión tácita de aliviar las cicatrices que aún perduraban en su alma.
Eran las dolorosas secuelas de un afecto no correspondido, heridas profundas e invisibles que solo el amor unilateral puede infligir en el corazón.
Él conocía de