Capítulo 25. Sutil desconfianza.
Francesco la estrechó en sus brazos sin emitir sonido alguno y le ofreció consuelo en un silencio elocuente mientras le resbalaban las lágrimas por las mejillas.
Él, un hombre poco dado a las lágrimas, sintió en ese momento la imperiosa necesidad de hacerlo; percibía el alma destrozada de Catalina y le causaba un profundo dolor la idea de que alguien pudiera maltratar de esa manera a un espíritu joven y noble.
En ese abrazo silencioso y compartido en la humedad de las lágrimas se tejía un lazo de empatía profunda, un reconocimiento tácito del sufrimiento padecido y una promesa implícita de apoyo en el camino hacia la sanación.
La vulnerabilidad de Catalina había despertado en Francesco una ternura protectora y el anhelo de reparar las heridas infligidas por la crueldad del mundo.
—Disculpa, no era mi intención importunar —dijo la voz femenina, y Catalina se separó rápidamente del abrazo de Francesco. Se dirigió al baño que había visto y evitó mirar a la mujer que acababa de irrumpir e