Catalina sabía que el camino que tenían por delante sería largo y arduo. La situación exigía de ella una fortaleza inquebrantable, no solo para sí misma, sino también para ayudar a Francesco en la compleja tarea de desenmascarar al hombre que fingía ser quien no era.

Ese individuo, cuya verdadera identidad y motivaciones eran un misterio para muchos, había dejado muy en claro sus intenciones de adueñarse de las empresas Vannucci.

Catalina era consciente de que la lucha sería estratégica y llena de desafíos, requiriendo paciencia, inteligencia y una determinación férrea para proteger el legado familiar de las garras de un impostor ambicioso.

—¿Qué haremos? —preguntó Catalina después de un momento de silencio, rompiendo la tensión con su voz suave. Se sentía abrumada por la magnitud de lo que se venía, pero también decidida a enfrentarlo.

—Haré todo lo que tenga que hacer, Catalina —respondió Francesco con una firmeza inquebrantable. La miró a los ojos, transmitiendo su determinación—.