El día que había querido evitar, que no quería sentir ni ser parte, había llegado. Mis hermanitas se iban con su papá, y en pocas horas debía partir a Nueva York. ¿Qué más tristeza podía sentir? No tenía el valor para verlas, de darles el último abrazo; de decirles lo mucho que las iba a extrañar y que las amaba con locura.
Me acerqué despacio a sus camas, y aún estaban durmiendo como dos lindos angelitos entre sus sábanas rosadas con lunares blancos. Observé la habitación y aún quedaban cosas por recoger, pero en realidad lo más importante estaba en sus maletas. Acaricié la manito de Luci que se asomaba por debajo de su sábana, y acaricié la frente de Lucía. No se despertaron.
Las observé por última vez y me retiré, no quería estar ahí en el momento de su partida.
Mi tía Kate se había quedado a dormir.
―Tía ―dije al abrir la puerta de su habitación, con voz suave a punto de llorar.
―¿Está todo bien? ―preguntó un poco asustada.
―Sí, discúlpame por despertarte, pero no quiero estar aqu