El polvo aún flotaba en el aire en Machu Picchu, suspendido como un eco visible de la batalla. El suelo, marcado por grietas y cicatrices de energía, vibraba con una resonancia tenue que solo los más sensibles podían percibir. Ethan, de rodillas, respiraba con dificultad mientras el resplandor del Orbe en su pecho fluctuaba, proyectando destellos dorados que iluminaban las caras exhaustas de los mestizos y los dioses a su alrededor.
Zeus fue el primero en romper el silencio. Su figura imponente, aunque tambaleante, emanaba un aire de determinación inquebrantable. Sosteniendo su rayo, dio un paso al frente y clavó su mirada en Ethan.
—El portal está sellado, pero esto no ha terminado. Cronos no será contenido por mucho tiempo.
Ethan levantó la cabeza lentamente, su mirada encontrándose con la de Zeus. Sentía el peso del Orbe, no solo en su pecho, sino en cada fibra de su ser. Algo había cambiado durante la batalla, algo profundo que aún no entendía del todo.
—Él sigue aquí, —dijo Ethan