El cielo estaba en silencio. Demasiado.
Serena lo supo antes de que los cuervos dejaran de volar. Antes de que la niebla cayera como una tela espesa sobre los árboles de Liria. Antes de que los ancestros susurraran a través de los fragmentos:
“Vienen.”
Kael entró en la cámara de la Reina con el rostro endurecido por la urgencia. El Consejo de Guerra estaba reunido, pero todos sabían que nada de lo anterior se compararía con lo que se avecinaba.
—El Cónclave ha cruzado los límites. Hay símbolos de disolución colgados en los árboles. Uno en cada punto cardinal. Saben que aquí reside el corazón del poder.
Serena se puso de pie, su túnica aún manchada con cenizas del último ritual.
—¿Han enviado mensajeros?
Kael negó.
—No. Ni palabras. Solo señales. Esta es una advertencia disfrazada de desafío.
—No vendrán a parlamentar —dijo ella con frialdad—. Vendrán a destruirme.
Esa misma noche, en el corazón del bosque de los ecos, las runas sagradas comenzaron a resquebrajarse.
Los druidas de Liri