La noche era espesa, pesada, cargada de presagios. La luna estaba velada por nubes oscuras, y el viento traía consigo un murmullo antiguo, como si la misma tierra recordara algo que había querido olvidar.
Serena no podía dormir.
Desde el juicio, una inquietud distinta la rondaba. Ya no era solo el poder que la desbordaba, ni las amenazas políticas o los enemigos ocultos. Era una sensación más visceral: la sensación de que una parte de ella seguía velada, como si una capa entera de su historia hubiera sido cuidadosamente borrada.
En la soledad de la biblioteca ancestral de Liria, rodeada de tomos que olían a polvo y secretos, encontró una puerta oculta tras un estante. La había visto desde pequeña, pero su madre siempre decía que estaba sellada por el bien de todos.
Ahora, los fragmentos brillaban en su piel, y el sello se abrió sin resistencia.
La cámara oculta estaba llena de objetos cubiertos por telas negras. Un altar con símbolos de clanes extintos. Espadas sin nombre. Un retrato