El aire era diferente en la meseta de Vahkir. No había brisa, ni sonido, ni siquiera olor. Era un lugar donde el tiempo parecía haber detenido su marcha. Donde la historia no pesaba y el futuro no alcanzaba. Un sitio escogido a propósito… por la Portadora del Vacío.
Sariah llegó sola.
Su vestimenta era sencilla: un abrigo rojo oscuro, botas de cuero envejecidas, y sobre su pecho colgaba el fragmento brillante del anillo de Serena, partido en dos. En sus ojos no había furia, sino decisión. En su espalda, el eco de generaciones que la habían empujado hasta este instante.
La Portadora la esperaba al borde del abismo, de pie como una estatua hecha de ceniza y sombras. Su rostro era el reflejo de lo que Serena había temido: impasible, sin culpa, sin pena. Una figura sin edad, pero con presencia ancestral.
Cuando habló, fue como si todas las voces olvidadas del mundo lo hicieran al mismo tiempo.
—Te arrastraste por la historia, Sariah. ¿Y qué encontraste? Miseria, errores, traiciones.
—Y es