La noche no concedía descanso. Serena descendía los escalones del templo como si cada peldaño la condujera más profundamente a una verdad que no deseaba enfrentar. El aire estaba saturado de magia contenida y emociones no dichas. Kael no se había defendido tras la acusación velada de Liora. Su silencio hablaba, y eso dolía más que cualquier grito de traición.
Elandra la esperaba en los jardines de luna, donde las flores brillaban débilmente al contacto con la luz lunar. Serena se acercó sin palabras, los ojos fijos en las estrellas, buscando una guía que no llegaba.
—Lo amas —dijo Elandra con una ternura inusitada.
—No se trata solo de amor —respondió Serena, con la voz quebrada—. Es lealtad. Es destino. Kael es parte de mí. Si él me ha ocultado algo...
—Entonces tendrás que decidir si el corazón pesa más que el reino.
Serena apretó los labios. La reina alfa ya no podía permitirse ser solo mujer. Tenía que ser símbolo. Firmeza. Orden.
En los confines del Valle del Eco, en una caverna