LAURENTH
El sol del mediodía caía pesado sobre la arena del campo de entrenamiento. El aire olía a metal, sudor y tierra caliente.
Kael y yo nos movíamos como un solo cuerpo: ataque, defensa, giro. Cada golpe suyo era una caricia de guerra.
—Vamos, amor —gruñó con una sonrisa desafiante—. Puedes hacerlo mejor. No te desconcentres.
Su voz me impulsó. Fingí un movimiento a la derecha, giré y lo derribé con un barrido limpio.
El golpe levantó polvo. Kael cayó de espaldas y yo, sobre él, le sonreí con orgullo.
—¡Jajaja! ¡Lo logré! —reí.
—Te estás confiando demasiado, mi luna —replicó, tomándome de la cintura—.
—O tú te estás ablandando —le respondí, rozándole los labios con los míos.
Antes de que pudiera besarme, un grito rompió la calma.
—¡Kael! —Andrew apareció corriendo, el pecho agitado, la voz urgente—. Vieron lobos renegados… hombres de Aris. Están en el borde norte.
El rostro de Kael se endureció de inmediato. Su sonrisa se apagó como una llama al viento.
—¿Cuántos? —preguntó.